Querido Abuelo Oscar

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Por Karina Valentín López
Publicado en Claridad: martes, 27 de mayo de 2014
 Escribiéndome a mí, siento que le has hablado a miles de jóvenes puertorriqueños. Siempre me has reiterado que respetas la vida por encima de todas las cosas, y que no has lastimado jamás a ningún ser humano.

La primera vez que te visité fue en el verano del 1991, en la cárcel de Marion, Illinois, donde estabas recluido entonces. Fue a través de un cristal. Yo estaba en brazos de Mami. El cubículo donde se sentaban las visitas era muy estrecho, y había un teléfono a cada lado para que habláramos por él. Me cuenta Mami que levantó el suyo y te pidió que me dijeras algo. Fue la primera vez que escuché tu voz.

Irónicamente, durante esos años de confinamiento en aislamiento total nunca pudimos tomarnos una fotografía juntos. Recuerdo cómo siempre te escoltaban tres o cuatro guardias, y estabas encadenado por los pies. Eras el único preso que iba tan custodiado al área de visitas.

Se hacía difícil entretenerme mientras estábamos en el cubículo de las visitas, así que para distraerme y ayudar a mi madre, que intentaba pasar el mayor tiempo posible contigo, inventamos un juego peculiar: ponía mis pequeñas manos en el cristal, y tú también ponías las tuyas, de modo que coincidieran las cuatro y pudieran «tocarse».

Las manos saltaban, se perseguían, se comportaban como arañas envueltas en los hilos invisibles del cariño. No nos tocábamos, el cristal lo impedía, pero surgió un lenguaje especial entre tú y yo; entre tus manos y las mías.

Durante años utilizamos esa danza de las manos para comunicarnos. El tiempo pasaba y yo crecía. No te estaba permitido el contacto físico con tus familiares, por lo tanto en los años que estuviste recluido en Marion, no pudiste besarme, abrazarme, o sentir el roce y el olor de mi pelo. Tampoco el de mi madre, que se despedía con lágrimas, aunque yo sabía contener las mías.

Un día, por fin, te trasladaron a la prisión de Terre Haute, en Indiana. Allí te comunicaron que podrías recibir visitas y tener contacto físico con tus seres queridos. Rápidamente Mami y yo viajamos desde Puerto Rico para visitarte. Cuando te visitamos en el salón de visitas me pare frente a ti, levanté mis manos y las pegué contra un cristal imaginario, como siempre, esperando que tú hicieras lo mismo. A mi corta edad, después de tantos años de soportar esa barrera, pensé que debía continuar el juego. No fue hasta que Mami me dijo: «Ahora puedes tocar a tu abuelo», que corrí a abrazarte, nos tocamos por primera vez.

Ante toda realidad me he mantenido fuerte. Una vez me dijiste: “Cada quien decide su destino y arriesga el alma según lo dicta su conciencia. El miedo siempre está presente. En cada momento. Día y noche. Pero uno aprende a usar el miedo en beneficio propio.”

De ti, querido abuelo, aprendí el valor de escoger nosotros mismos el lugar al que queremos pertenecer. Me enseñaste que no pertenecemos necesariamente a la ciudad o el país donde la vida nos lleva. En tu caso tú NO perteneces a la prisión donde estás encerrado. Tú perteneces a ese trocito escondido de San Sebastián. Y yo pertenezco a mi San Juan del alma.

Recuerdo que una vez me dijiste: “Ahora, viendo hacia atrás en la memoria, creo que te puedo responder que es el camino el que nos escoge a nosotros; la lucha te atrapa si tienes abierto el corazón y la voluntad para combatir las injusticias.”

A veces me he preguntado por qué mi abuelo escogió un camino diferente. Por qué nunca me recogió en la escuela, ni está en las fotos de mi cumpleaños, ni en las de Navidad, al pie del arbolito.

Pero entonces pienso que, para ser lo que somos, tenemos que hacer sacrificios de todo tipo. Quizás nunca me has ayudado a soplar las velitas de mi cumpleaños, como hacen tantos abuelos con sus nietos, pero me alegra pensar que has puesto tu granito de arena para construir un mundo más iluminado y justo para mí.

Sí, querido abuelo, el amor es eso, lo que nos impulsa a crecer. De distintas maneras nos eleva y, si es bueno, pase lo que pase, nos mantiene arriba.

Sé que algún día pasarás toda una noche mirando el mar y verás el despuntar del día y su reflexión sobre el agua. También sé que te arrullarán las olas de ese mar que tanto anhelas ver y que es tan libre como tú.

Con todo mi amor, tu nieta,

Karina

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