Las visitas que he hecho a los Estados Unidos han tenido siempre un propósito relacionado con el activismo, nunca con fines turísticos. La más reciente tuvo lugar el pasado fin de semana cuando junto a un muy querido amigo pasé brevemente por la ciudad de Chicago y estuve dos días en Indiana. El propósito fue conocer personalmente al querido y respetado compañero Oscar López Rivera. Fuimos en compañía de la hermana en lucha y solidaridad, Jan Susler, la abogada de Oscar. Recorrimos más de cuatro horas por carretera para llegar a Terre Haute, donde se encuentra la última prisión en la cual ha estado el prisionero político puertorriqueño que más tiempo lleva en injusto confinamiento. Luego de una noche de poco sueño, llegamos muy temprano a la cárcel que ese domingo 2 de noviembre estaba colmada de visitas. La nuestra era una visita legal, pero pasamos por todo el protocolo de seguridad carcelaria.
Confieso que tenía temor de cómo iba a fluir la visita. Qué temas abordaría, además de expresarle mi cariño con un gran abrazo que reuniera todos los que conmigo enviaron las pocas personas a quienes les dije el propósito del viaje. Al poco tiempo de esperar en los asientos que nos fueron asignados apareció con su uniforme crema y zapatillas azules. De baja estatura, pero erguido, de caminar pausado, pero seguro y con la misma mirada directa y penetrante que había visto en las fotografías y que mi amigo Iván Figueroa Luciano ha capturado tan bien en sus trabajos. Sólo que esos ojos pequeños e inquietos traslucen un gran calor humano, mucha sabiduría y sensibilidad. Luego del caluroso saludo me tocó sentarme justo a su lado. Mis acompañantes quedaron frente a él. Jan me cedió ese asiento. Mientras observaba el perfil de Oscar me decía internamente que se ve mucho más joven, con un cutis envidiable, en el que no se perciben arrugas, salvo unas pocas alrededor de los ojos Mis temores sobre lo que ocurriría y cómo le caería se disiparon enseguida. La conversación fluyó de forma natural, como si nos hubiésemos visto antes. Fuimos de uno a otro tema: la campaña por su excarcelación, ¡la visita del gobernador!, las elecciones en Estados Unidos que tendrían lugar días después, “las Treinta y tres por Oscar- Hasta su Regreso”, ¡su hija Clarisa!, el cumpleaños 107 de Doña Isabelita Rosado; en fin que hablamos de todo.
Quedé admirada de su extraordinaria memoria y fue muy grato oírle hablar sobre su familia, los episodios felices de su niñez, de su San Sebastián, de sus primeros años escolares en Chicago, de su doloroso paso por Vietnam, de las estrategias de organización comunitaria en la Ciudad de los Vientos. Me hizo muy feliz como activista feminista el alto concepto que tiene sobre el rol vital que juegan las mujeres en el trabajo organizativo comunitario, sobre lo cual contó varias anécdotas que sostenían lo que decía con mucha alegría. Me sentí tan orgullosa cuando se refirió al grupo de las mujeres que nos reunimos en el Puente Dos Hermanos cada último domingo de mes, como las amazonas boricuas modernas. En ese momento sí que tuve que hacer un esfuerzo para retener las lágrimas.
Oscar es un hombre que opina con sabiduría sobre cualquier tema: política, música, historia, cine, baile, activismo, ejercitación física, sobre la humanidad. Es evidente cuánto ha leído y la memoria que tiene sobre nombres, fechas, eventos, personas y personajes. En fin, hablar con él tiene el efecto de enriquecerte como ser humano. Cuando hablábamos, escuchaba atentamente con la cabeza un poco baja para luego contestar o dar su opinión. Transcurrió el primer día hablando casi sin pausa. Los guardias en el área de visitas miraban de vez en cuando, pero no hubo ninguna intervención. Hacerlo en español era una ventaja porque no entendían nada. Tuvimos una merienda muy liviana de las máquinas de alimentos nada nutritivos que allí están disponibles. Nos tomamos fotografías mediante el procedimiento, la cámara y el prisionero fotógrafo que la cárcel pone a disposición mediante pago. Llegó la hora de marcharnos. Jan y yo volveríamos al otro día, pues mi amigo debía regresar a Chicago para una reunión.
El lunes 3 volvimos a la prisión Jan y yo y nuestro amigo muerto de la envidia por no poder estar un día más. Profundizamos sobre varios temas. Le hablé sobre cómo surgió la idea de las “Treinta y tres por Oscar, Hasta su Regreso” y de cada una de las cuatro compañeras que junto a mí establecimos el plan: Alida Millán, conspiradora mayor, Magali Millán, Petra Warrington a quienes conoce por cartas y Flora Guzmán. Le conté sobre la casita de la playa en Cerro Gordo y el recordó que en el programa que se hizo en Cuba sobre el disco, La lucha es vida toda preparado por artistas puertorriqueños para él y que pudo escuchar gracias al Universo, supo en la entrevista que le hicieron a Alida que en ese momento estaba con nosotras allí en la casita. Creo que fue ese día cuando nació la idea de las Mujeres del Puente. Por supuesto que lo invité a quedarse allí con Clarisa y Karina cuando sea excarcelado. Es un espacio con muy buenas vibraciones pues allí vivió mi amado padre.
El lunes el tiempo pasó más rápido pues sería el día de la despedida. Oscar impartiría una clase de pintura para otros confinados a las 2:00 de la tarde. Nos dimos el último abrazo a la 1:30. Lo vimos alejarse erguido en su uniforme crema, caminando con seguridad como el que nada teme y se siente con el deber cumplido. Salí de allí con una mezcla de tristeza, pero también de alegría por el breve encuentro, aunque hubo muchas horas de conversación, pero nunca suficientes. Alegre, sin embargo, por el gran regalo de haber conocido en persona a este gran puertorriqueño.
Éstas son mis primeras expresiones escritas después de la visita a Oscar. Espero tener la oportunidad de compartir más sobre ella.