Nadie sospechó que la tragedia del COVID-19 llegaría al punto de convertirse en la pesadilla más grande en la historia de la Ciudad de Nueva York. El gobernador Cuomo proyecta una necesidad de 140,000 camas hospitalarias para albergar a pacientes afectados. En este momento, solo hay 53,000 camas disponibles. Puede que necesiten hasta 40,000 camas de cuidado intensivo. Más de 3,800 personas están actualmente hospitalizadas. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército está convirtiendo el Centro de Convenciones Javits, en Manhattan, en un hospital de 1,000 camas. En fin, una tormenta perfecta: más de 15, 000 casos de COVID-19 y alrededor de 200 muertos.
Muchos piensan que esta catástrofe era fácilmente predecible. En medicina decimos que con el retroscopio todo es fácil de predecir. La versión popular del retroscopio es que después que le ves los testículos al perro es fácil decir que es macho. Pero hablando en serio, ¿qué condiciones reúne la ciudad de Nueva York, que la ha convertido en la tormenta perfecta? ¿Por qué no ha ocurrido lo mismo en otras ciudades grandes de Estados Unidos? ¿Recuerdan la canción “New York, New York, the city that never sleeps”? Los que hemos visitado esa ciudad hemos corroborado que allí hay gente en la calle a todas horas. Y eso no es bueno, o mejor dicho es muy bueno para propagar el coronavirus. La razón es bastante obvia. Guardar distanciamiento social en Nueva York es muy difícil. Solo hay que pensar en el metro o “subway” con vagones hacinados, además de los parques de recreo y múltiples edificios de apartamentos.
La terrible epidemia en Nueva York se le ha atribuido a la gran densidad poblacional de esa ciudad, la mayor de todo Estados Unidos. La densidad poblacional de una ciudad se calcula en términos del número de residentes por milla cuadrada. La ciudad de Nueva York tiene 28,000 residentes por milla cuadrada. San Francisco es la segunda ciudad en densidad, con una cifra mucho menor: 17,000 por milla cuadrada.
Además de su densidad poblacional, hay otro factor importante: los vuelos directos de todas partes del mundo, incluyendo Italia, China, España, Irán y Corea.
El número de casos nuevos se está duplicando cada tres días, y el pico de la infección en Nueva York podría alcanzarse tan pronto como en las próximas dos o tres semanas, batiendo las proyecciones anteriores y amenazando con poner más tensión en el sistema de salud.
“Míranos”, advierte el gobernador Cuomo. “Donde estamos hoy, estarás en cuatro, cinco, o seis semanas. Somos tu futuro”. ¿Nos estará hablando también a los puertorriqueños? ¿Tendremos las condiciones propicias para que nos suceda lo mismo? Empecemos por comparar nuestra densidad poblacional. En el área metropolitana esa cifra es de 8,253 personas por milla cuadrada, menos de tres veces que la de Nueva York. El primer caso en la ciudad de Nueva York lo reportaron el 1 de marzo y ahora el número de casos es de 186 por cada 100,000 habitantes, mientras que para el área metropolitana de Puerto Rico hasta ahora es de 4.48 por cada 100,000, una diferencia astronómica.
La densidad poblacional no es el único factor que correlaciona con la incidencia de COVID-19. Miremos las cifras para Miami-Dade, donde la densidad es de 1,431 por milla cuadrada, mucho menor que la de Puerto Rico. Allí están reportando 13 casos por cada 100,000 habitantes, mucho mayor que en nuestra Isla, a pesar de que nuestra densidad poblacional es mayor. ¿Cómo podemos explicar esta diferencia? No es que empezaron primero, porque el primer caso reportado en Miami ocurrió el 11 de marzo, mientras que en Puerto Rico el primero lo vi yo el 3 de marzo. Miami tiene muchos vuelos internacionales, lo que puede influir también. El toque de queda empezó temprano en Puerto Rico y puede ser una explicación potencial, pero me parece muy prematuro para observar un efecto. Otro factor puede ser que, al principio de la epidemia, el Departamento de Salud fue lento en hacer pruebas de PCR, pero eso se corrigió y ya se han hecho 776.
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